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Igual de contundente que cuando negó la subida del IVA. Con la misma rotundidad con la que desmintió la congelación de las pensiones. Con la misma credibilidad con la que aseguró que no habría copago, ni subidas de impuestos, ni amnistía fiscal, ni recortes en la sanidad y la educación. Con la misma seriedad con la que afirmó que "el lo que dice lo cumple", que siempre nos diría "la verdad".
Igual de riguroso que cuando defendió la inocencia de Jaume Matas, la integridad de Francisco Camps, la honestidad de Luis Bárcenas... Tan duro como cuando explicó que el caso Gürtel era una cacería contra el Partido Popular, como cuando abrió una comisión interna por el espionaje en Madrid. Con el mismo rigor con el que ha aplicado el "código ético" del PP contra el "político ejemplar" Carlos Fabra o contra los diez imputados con escaño en el grupo parlamentario popular en Valencia. Con la misma transparencia con la que hoy se ha negado a responder a la prensa, una vez más.
Mariano Rajoy ha hipotecado su futuro político a su palabra, pero tiene un problema. Su palabra ya está desahuciada. Su credibilidad acumula demasiados impagos ya.
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